EL ARADO DE CHUZO MOTORIZADO. NUEVOS USOS Y ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE SU POTENCIAL PARA ENFRENTAR EL CAMBIO CLIMÁTICO. CUARTA PARTE


La aventura de construir un equipo para mejorar la eficiencia del trabajo de los agricultores piñeros de pequeña escala me condujo por caminos insospechados. Muy joven -en mis primeros años de ejércicio profesional – había trabajado intuitivamente la investigación en el nivel de finca cuando confronté lo aprendido en la academia con la experiencia productiva en las condiciones cálidas y húmedas cercanas al Pacífico colombiano. En aquella época solo el ICA¹ hacía investigación agricola en las tierras fértiles y planas del Valle del río Cauca establecíendo la “típica, incontrovertida e incontrovertible” relación vertical de enseñanza de resultados a los jóvenes estudiantes de Ingeniería agronómica. Allí descubrí el papel jugado por la observación y el accidente en la producción de saberes al encontrar por azar el valor de las “malezas” en el control de la “escoba de bruja del cacao” y en mi búsqueda de soluciones, un libro de André Voisin² que revolucionó mi modo de pensar la agronomía y mi actitud frente al conocimiento empírico que consideraba -para mi sorpresa- la otra ciencia de la agricultura. La situación me hizo despertar la búsqueda insaciable de lecturas de diversas disciplinas que fueron forjando una mirada crítica y un pensar que intentaba superar los dogmas del establecimiento académico y sus modelos mentales encerrados en disciplinas compartimentalizadas, generadores de incapacidad para establecer relaciones comunicativas con los “distintos”. Una búsqueda sin término como titulara Karl Popper su autobiografía.

Comprendí -a posteriori- que mi mente estaba creando un dispositivo abierto de creación de saberes que me “vacunaba” contra la “eterna reproducción de lo mismo” del sistema escolar con sus planes y programas de estudio rígidos que anulan la pasión y placer que produce el conocer, su íntima conexión con el hacer y el contexto de la creación; crean enfermedad mental en muchos profesores y degradan el debate racional al convertirlo en conflicto personal; modelo educativo que causa mucho aburrimiento en los estudiantes, tal vez una de las causas de la degradación de la educación en Colombia. Terminé “recluido” -por fortuna- en el Departamento de Sociales, para ofrecer los cursos de Extensión Rural a zootecnistas y agrónomos, el espacio que necesitaba para trabajar mi enfoque, promover en los estudiantes una mirada crítica que provocara rompimiento con los esquemas transmisionistas de enseñanza en los que se fundamenta la extensión y transferencia de tecnología pensando que podrían ejercer en su práctica profesional una interlocución auténtica con los agricultores³, un intercambio sobre las experiencias múltiples que se adquieren cuando se hacen intervenciones sobre ese mundo hipercomplejo que llamamos “naturaleza”. Y nada mejor que las laderas de nuestro trópico andino, de fragilidad extrema, combinación de estabilidades e inestabilidades que provocan una admirable exuberancia en la vegetación natural de la que se pueden beneficiar los cultivos y especies animales útiles para nuestra alimentación, regulación de las aguas, el clima, el planeta; sumamente resiliente cuando se ejecutan prácticas de baja intervención acordes con su naturaleza. Entorno ambiental cada vez más incitante a medida que nos acercamos al Pacífico. La investigación en aquella época era solo una “chifladura” de algunos profesores “despistados”. De André Voisín aprendí no solo su esquema de rotación “racional” de pasturas, las causas de su degradación, la inutilidad de la roturación de los suelos para la recuperación de las praderas y.el trabajo invaluable que realizan las lombrices de tierra a quienes llamaba “las pequeñas liliputienses” del suelo en su famoso libro Dinámica de los pastos.

El “dispositivo abierto” empezó a producir otros efectos inesperados. Me condujo muchos años después, cuando la Universidad empezó a impulsar la investigación formalizada- a Michel Sebillotte⁴ un agrónomo francés que buscaba transformar la agronomía en una disciplina científica, impulsaba la interdisciplinariedad, privilegiaba la investigación en fincas sobre la investigación en condiciones controladas (laboratorios, centros experimentales) reflexionaba sobre conceptos que permiten orientar la investigación agricola desde la ruralidad y “de la mano” con los agricultores. Con ese “dispositivo abierto” y la guía conceptual de Sebillotte, iniciamos nuestras investigaciones en el municipio de Dagua, en aquella época el primer productor de piña en el departamento del Valle del Cauca. El arado de chuzo motorizado, si bien se creó poco después de mi retiro de la Universidad, fue un producto de estos procesos y de la colaboración de Orlando Agredo, un piñero que me cedió un pequeño lote para mi primera experiencia con el hoyador de la desbrozadora Beaver máquina que me inspiró la creación del prototipo “Otto” y luego me condujo a vivir la doble condición de investigador-agricultor en un lote en alquiler con el tamaño utilizado comúnmente por los piñeros de pequeña escala; una dualidad que me hizo superar la observación del trabajo del “otro” por la observación participante que hace conocer los avatares propios del mundo del agricultor sin abandonar el oficio del investigador. Esa dualidad me inspiró una reconstrucción total de mi identidad agronómica y personal como a Murdock en el famoso cuento sobre el etnógrafo de Jorge Luis Borges.

Los nuevos usos del hoyador a chuzo motorizado pensado inicialmente para el cultivo de piña bajo el esquema de labranza mínima y su conversión reciente en un arado de chuzo para otros cultivos, tiene una historia que ilustra los papeles que juegan el azar, las intuiciones que produce la mente y guían nuestras búsquedas inconscientes, el estar en estado de alerta a la observación de los detalles anormales, nuestros errores y sus interpretaciones a la luz del estado del conocimiento actualizado, de las conversaciones con los “otros”; algunos aspectos que profundiza Edgar Morin en su libro “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”⁵ con quién terminé teniendo muchas afinidades. Antes había seguido con curiosidad el modo de investigar de Thomas Preston⁶, de quién aprendí a desligarme de los rituales metodológicos de la investigación agrícola estructurada desde los centros experimentales que delegan en los expertos del diseño estadístico, la producción de las “verdades” técnico – científicas.

El hoyador motorizado se archivó un tiempo en la finca hasta que un joven que había trabajado en el piñal me pidió el equipo en préstamo para hacer un pequeño cultivo para el autoconsumo en el patio de la casa donde vivía en alquiler. Nuestra frustración fue grande cuando descubrimos que el motor estaba inservible. Probablemente había sido “encamisado” en algún taller de reparación de motores para alargar su vida ya que para la época no se conseguían repuestos. La humedad ambiental, muy alta en la finca, produjo una oxidación interna, especie de soldadura imposible de despegar. Tenía claro desde que entregué el equipo a la Universidad que debía conseguir un motor de guadaña moderno pues el de la Beaver estaba obsoleto y aunque era todavía usado en la zona cafetera en aquella época, su carburador de flota que se alimentaba por gravedad, era de reparacion dificultosa cuando empezaba a fallar. Los buenos recuerdos de la experiencia vivida en el piñal y la posibilidad de que fuera útil para la siembra de algunas hortalizas alimentaban mi esperanza de encontrarlo algún día. En el entretanto me concentré en el desarrollo e investigación de la ganadería de ladera con el enfoque de André Voisin y observaba con curiosidad el trabajo de mi compañera indígena que aplicaba sus saberes ancestrales e iba reconociendo sus límites.

De nuevo, el azar se hizo presente cuando adquirí una máquina Maruyama de segunda mano, que vendía un amigo muy barata. Fue un “sin querer queriendo” como decía el “Chavo del ocho” en los programas televisivos de humor que veían mis hijos cuando eran pequeños. Observé que su acople al clutch podría encajar en la estructura de la vieja Beaver y la adquirí pensando que si no servía la podría utilizar en algunos trabajos más exigentes en potencia que mis pequeñas Shindaiwa. La adaptación fue muy simple y con la ayuda de otro mecánico amigo le quitamos un pequeño roce de la campana del clutch en el acople. El motor es más pesado y aunque está sobredimensionado no es necesario acelerarlo a fondo para ejecutar el trabajo del ahoyado y por lo tanto el consumo de combustible es muy bajo. Guardo la esperanza de convertirlo algún día en eléctrico ya que la marca Maruyama posee una guadañadora de batería que tiene el mismo acople. Aún no la he podido conseguir. También mis intercambios con trabajadores de estás tecnologías me condujo recientemente a conocer en Cali un pequeño taller de reparación y venta de equipos cuyo dueño con una experiencia de más de 30 años me suministró la estructura de soporte de las correas y poleas de la beaver que tenía archivadas, indispensable para manipular el torque y protección de la máquina y del operario cuando la broca encuentra obstáculos en el suelo (raíces o piedras). También un motor mucho más liviano de la marca Husvarna que me encuentro probando en la actualidad en la preparación del suelo para la siembra de pasto imperial, funcionando a la perfección hasta el momento.

La “resurrección” del ahoyador hizo que se desprendieran en cadena diferentes usos después de algunas demostraciones a mi compañera en su “tull”⁷. Primero, mi “locura” de sembrar eucalipto en un pequeño lote de alta pendiente que se dedicaba al pastoreo. Allí se aplicaron todos los saberes adquiridos en el piñal y se invirtieron solo 4 días en el establecimiento de 800 árboles, incluyendo todas las labores previas al ahoyado y siembra; luego

Eucaliptos acompañados con “malezas” diversas y chagualos creciendo muy bien a pesar del “niño” que se presenta desde el año anterior

la necesidad de reconstruir cercos de alambres de púas me condujo a adquirir una broca moderna para hacer huecos profundos. Se vivió -entonces- la misma experiencia de los inicios del piñal que me obligó a transformar la punta. La modificación mostró sus

Broca modificada (izquierda)

bondades en la construcción de un módulo para agricultura protegida que luego uno de mis trabajadores convirtió en Rotavator para ayudar a mi compañera en la roturación masiva del suelo, una costumbre ancestral de su comunidad cuando se cultiva papa y cebolla junca o cuando el precedente de los cultivos a establecer son pastizales. Vinieron pequeños ensayos con maíz y soya con la antigua broca para piña combinada con cobertura de “malezas”. Luego, la siembra de pasto imperial en un lote de pastoreo y con la nueva broca modificada arveja y yuca en “cajuelas” profundas con el esquema del Rotavator; con resultados espectaculares a pesar de la larga sequía que se viene presentando desde fines de mayo del año pasado y muy pocas aplicaciones de riego.

Cultivo de papa amarilla en suelos preparados con hoyador

La combinación de labranza mínima usando el hoyador motorizado y cobertura con “malezas” que se podan según las necesidades del cultivo -vivas y muertas- producen no solo disminución en la evaporación de agua del suelo sino, además, activación de múltiples procesos biológicos, captura de nitrógeno bacterial y carbono, disminución de insectos en los cultivos y otros beneficios económicos y socioculturales. Nuevos sistemas de cultivo empiezan a emerger a partir de la retroalimentación entre observaciones y resultados que compartiré con mis lectores, haciendo la diferencia con el Murdock de Borges que abandonó la escritura del informe de su experiencia con los indigenas. La adaptación⁸ al cambio climático -cada vez más acelerado- requiere del abandono también acelerado de las prácticas agrícolas destructivas de los medios de cultivo que ha caracterizado la industrialización de la agricultura del último siglo. Una agricultura protectora y protegida -a la vez- debe emerger. El año anterior, el 1⁰ de agosto/23 a las 7 AM tuvimos en la finca el peor vendaval que haya visto en mis 40 años de presencia en este territorio y gracias a la abundancia de árboles nativos en mis potreros no tuvimos daños que lamentar.

Nuevas interacciones con vecinos, con personas del pueblo cercano a quienes ofrecemos nuestros productos saludables -aún pocos- a precios bajos también están emergiendo, además de las observaciones agronómicas que alimentan mi espíritu investigativo y el placer que produce el conocer

Facilidad en la construcción de eras para hortalizas. Al fondo yuca con cobertura de “malezas”

NOTAS:

1/ Instituto Colombiano Agropecuario

2/”Influencia del suelo sobre el animal a través de la planta”, una recopilación de 10 conferencias que ofreció por invitación del gobierno cubano cuando falleció de infarto en 1963

3/ Mi posición, radical, de abrir mis cursos al mundo de la ruralidad, casi terminan con mi expulsión de la universidad cuando un director de departamento inventó un proceso disciplinario en mi contra por “utilizar los recursos de transporte para mí beneficio personal”, proceso que se contrarestó con facilidad con un ejercicio de divulgación de lo realizado, el apoyo inesperado de mis estudiantes y un pequeño escrito que titulé “envenenados envenenadores o envenenadores envenenados” que hacía evidente el ejercicio de persecución que estaba montando el señor este.

4/ La claridad sobre las diferencias entre agronomía y agricultura que ofrecía Michel Sebillotte en su ensayo sobre las tareas del agrónomo; su trabajo sobre los conceptos sistema de cultivo y sistema de producción; sus métodos de investigación entre otros aportes, produjeron una auténtica “revolución” en los modos de pensar el oficio agronómico de varios profesores estudiosos y provocó la constitución de nuestro grupo de investigación y la creación del Instituto de Investigaciones del Espacio Rural (IIER)

5/ https://edgarmorinmultiversidad.org/index.php/libros-sin-costo/94-los-7-saberes-necesarios-para-la-educacion-del-futuro-de-edgar-morin.html

6/ Había conocido de primera mano el modo de investigar de Thomas R. Preston en el campo de la producción animal. Llamaban mi atención su flexibilidad en el diseño y modificación sobre la marcha de sus experimentos cuando era evidente que no producírian resultados biológicos o económicos; su trabajo en las fincas de los agricultores; su mayor concentración en la relación costo-beneficio que en la productividad, entre otras innovaciones al ejercicio investigativo.

7/ Expresión indígena de la cultura Nasa que llama así a la huerta para el autoconsumo
que se hace cerca a la vivienda.

8/ Para el biólogo chileno H. Maturana, todos los seres vivos se adaptan al medio en un acoplamiento que hace el doble juego de acomodarse y transformar el medio.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *