Cuentos Infantiles para Épocas Electorales


El reconocimiento del error y la ilusión es tan difícil que la ilusión y el error no se reconocen en absoluto.
Error e ilusión parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapiens.

Edgar Morín ¹

        
Hace poco tuve una serie de sueños con cuentos infantiles, entremezclados unos con otros, provocándome el deseo de interpretarlos desde el imaginario descontrolado que ocurre cuando dormimos. Creo que la invasión de propaganda electoral en todos los espacios de entretenimiento, en las comunicaciones de mis amigos, en las búsquedas en Internet, afectaron mi concentración en los problemas cotidianos de la finca y en mis investigaciones (por ejemplo, retornaron las floraciones del “Siete cueros” en el mes de mayo) para estar pendiente de esta locura sorprendente en la que se han convertido nuestras elecciones presidenciales. Con la ayuda del enfoque de pensamiento complejo de Edgar Morin había llegado a la conclusión de que frente a los grandes problemas que vive nuestro país, todos somos víctimas y cómplices al mismo tiempo y no como ocurre en las discusiones cotidianas donde se califica como buenos a los que son y piensan como nosotros y los malos, los otros. Pero dejemos estas disquisiciones y veamos lo que me ocurrió en los sueños con la esperanza de aclarar mis líos mentales, culpables en últimas de que ellos aparezcan

Inicié viendo muchas ovejas, un rebaño muy grande, todas muy lindas, como se ven en los pesebres. También vi al joven que las cuidaba; tenía cara de aburrido por no hacer nada de su interés. Luego vinieron sus gritos desesperados “ayuda…ayuda… hay un lobo atacando las ovejas, ayuda, ayuda….”. En el sueño miraba para todos lados para ver el lobo y no veía nada. Apareció  entonces mucha gente. Unos armados de palos, otros con machetes, una que otra escopeta, todos corriendo hacia el sitio de donde venían los gritos. Allí encontraron al pequeño pastor muerto, pero de la risa y ningún lobo. Como se recordará en el cuento infantil, los vecinos regresaron a sus casas furiosos y dispuestos a no creer en los mentirosos aunque estuvieran diciendo la verdad. Pero en mi sueño el lobo apareció luego y vestido como caperucita roja. Había escuchado los chismes que circularon en los alrededores y copiado a su manera la historia del pastorcito mentiroso. El lobo simularía ser como ella, bondadosa, juguetona y muy querida.  Podría tragarse entonces a la abuelita que era medio ciega y sorda y después a los demás. Y ocurrió tal cual! La engañó y se la tragó!!!. Yo estaba aterrado; el sueño se me estaba convirtiendo en una pesadilla y cuando estaba listo a gritar desesperado, apareció un señor que sería el salvador. Había sido mago y hasta encantador de serpientes. Con sus poderes hizo que el lobo vomitara a la abuelita que sorprendida de haber vuelto a la vida  abrazaba a todos, repartía besos por doquier y en especial a quien la estaba salvando. Mi compañera dice que de un momento para otro, mi cara se transformó por completo produciendo un gesto de tranquilidad y como de alegría. En mi sueño veía al lobo huyendo despavorido y asustado hacia unas montañas cercanas. Escuchaba sus aullidos tristes y compungidos. Pero como  no hay felicidad completa y menos con los sueños, retornó la pesadilla. Este señor, ahora aparecía furioso. Vestido como un mago convertía a todos los que encontraba en su camino en pequeños ratoncitos tocando una flauta que tenía escondida en una de sus mangas. Los ratoncitos le obedecían ciegamente lo cual me parecía muy triste. Qué le habría pasado a este señor – me preguntaba- si se veía  tan bueno. Pero no pude saberlo porque el codazo que me pegó mi compañera preguntando qué me estaba pasando, me despertó. 

Me volteé entonces para dormir por el otro lado. Tal vez así no tendría más pesadillas. Pero aparecieron de nuevo los sueños. Esta vez era un señor muy serio que venía acompañado de otro muy hablador; tanto que el serio lo dejó. El hablador entonces terminó hablando solo porque el serio siguió por otro camino. Allí encontró una señora también con cara de seria que lo invitó a conversar. La charla parecía muy interesante, tanto que el señor serio no cayó en cuenta que en su caminar estaba perdiendo el conocimiento de los caminos que recorría con ella. Y caminaron y caminaron hasta que llegaron a una montaña muy alta donde había una casa muy grande, como los castillos de los cuentos de hadas. La señora lo hizo seguir y empezó a mostrarle sus hermosos cuartos, su lujosa cocina, todo un palacio. El caminante observaba fascinado. De pronto se oyó el golpe de una reja y un ji,ji,ji de risas alargadas, propio de brujas. Era una bruja de verdad que lo había engañado; en el sueño la veía con sombrero de bruja y apoyándose en su escoba de volar.

-Hola pero qué hace-, le dijo el caminante, -porqué me  encierra- Ella no contestó nada y se fue a preparar su caldera para cocinarlo; el caminante entonces, recordó el cuento  que había escuchado de niño sobre brujas que visitaban las casas volando en su escoba en las noches de luna llena y le gritó como enseñaron los viejos que había que hacer “oiga señora, venga mañana por sal”. Todo con mucho respeto. Efectivamente, al otro día apareció de nuevo la señora delgadita, toda divina y delicadita, sin sombrero y sin escoba, le abrió la reja con cara de sorprendida y el caminante salió para seguir caminando. Eso sí, la señora no había perdido su cara de bruja.

De nuevo sentí el codazo de mi compañera y su “oiga es que no va a dejar esa pateadera que no me deja dormir”. Parece que yo estaba también caminando como el señor serio y por eso mis pies se movían desesperados. No quería  que me cocinaran en la caldera.

A la madrugada retornaron los sueños.  Apareció de nuevo el señor que se vestía como mago pero esta vez sonreía. Ahora cargaba un gato grande, tan grande que parecía un tigrillo, muy hermoso, de color amarillo con rayas blancas, como son los gatos de las propagandas de alimentos. Lo había amarrado de las cuatro patas y montado sobre sus hombros. El gato que se notaba que había sido muy contemplado empezó a llorar molesto, como pidiendo cacao por esa posición antinatural. Entonces vi que el personaje era Petro, el candidato a la presidencia. Dejó de sonreír y muy serio empezó  a caminar, le ví su espalda ancha y el gato amarillo todavía llorando sobre sus hombros, loma arriba. Entonces desperté pensativo. Mi compañera dormía profundamente. Se escuchaban los primeros cantos de los pájaros, el inicio a veces triste del “chicao” (turpial) que luego cortaba abruptamente como si se hubiera acordado de que su canto debía ser alegre; los pequeños arroceros que saludaban felices el amanecer con sus silbidos agudos y fuertes como haciéndose sentir por ser tan pequeños; el canto largo, lleno de vaivenes, de la chihuaca, como dice mi compañera que le llaman en paez al oyero. El sol empezaba a alumbrar con fuerza. Recordé entonces mi lectura de las primeras páginas del último libro de Edgar Morín, que a sus cien años, reflexiona sobre las lecciones aprendidas en su trajinar por la vida. Aunque recomendar es muchas veces entendido como prohibir, me gustaría que mis lectores conocieran algo de este personaje que si viviera en Colombia ya lo estarían incinerando como hicieron con los fallecidos en las primeras etapas del covid. Qué lucidez a los 100 años! Y yo que a mis 72 confundo muchas veces chanchullo con chunchulo o el viejo Rodolfo que debe recrear el lenguaje porque lo “transgiversan” mucho. Qué rico lo que está viviendo Colombia en este momento! Me parece que el concepto de ecología de la acción y su consecuente, el “efecto bumerang” de Edgar Morín ayudaría mucho a entender lo que está ocurriendo en el nuevo momento electoral de la segunda vuelta. No se puede seguir trabajando con la dicotomia Uribe-antiuribe o Petro-antipetro. Parece que el asesor argentino de Rodolfo lo ha entendido bien y si los petristas no modifican estrategias, el viejo les va a ganar porque parecieran vivir aún en el antiuribismo. ¿Habrá alguna vez un cambio cultural que nos saque de las oposiciones bueno-malo o aceptar el error como parte connatural de la especie humana con su consecuente posibilidad  de corregir o seguiremos como decía la querida profesora de la Nacional de Palmira, Inés Arias, con imágenes congeladas? Este es también el cambio.

Ya con la cabeza más tranquila me levanté a hacer mi café matutino. Los sueños que había tenido, creo, me ayudaron a entender muchas cosas. Retornaré a observar las floraciones del siete cueros; a preparar una entrada que hace tiempo tengo en ciernes: “Sobre cómo aprendí a querer las malezas”; a trabajar en mis pequeñas innovaciones tecnológicas para posibilitar el aumento de la sostenibilidad económica de las fincas de las montañas andinas.

Hasta pronto

¹/ En: Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Hay versiones gratuitas que se pueden descargar en Internet.


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