Las vacas me producían reacciones encontradas, contradictorias. Las asociaba con mi infancia, con las figuras del abuelo y de mi madre, alemanes desplazados por los horrores de la “Gran Guerra” Europea, en el pequeño establo que poseían en el pueblo. A ella la recuerdo sentada en una banquita portátil de madera, lista a levantarse al menor movimiento brusco del animal para que no botara la leche del balde de aluminio que ubicaba debajo de la ubre…. y el rítmico sonsonete de los chorros de leche cayendo sobre la espuma; los terneros amarrados que hacía amamantar rotando rápidamente entre las tetas para que no se tomaran la leche que empezaba a “bajar”. Los vecinos llamando en el portón, reclamando la leche de los “tratos” que había que priorizar en la entrega. El abuelo batiendo las natas de la leche hervida, acumuladas en la semana para hacer mantequilla…..su libreta de cuentas donde analizaba vaca por vaca, el producto de su trabajo.
También asociaba a las vacas con el olor de los venenos que se aplicaban en la finca cuando se bañaban para los nuches y garrapatas y mi padre histérico frente a su impotencia para controlar los animales: el baño con pesticidas trastornaba las rutinas tranquilas de la parte agrícola y hacían ver la otra faceta de la personalidad de mi padre, maestro de escuela convertido en agricultor a la fuerza para escapar de las amenazas de muerte que le hacían los conservadores en el pueblo. El aislamiento de la finca, la topografía agreste y selvática le brindaban buena protección.
Después, mucho después, en la universidad, escuche a los grupos ecologistas y de izquierda denigrando de los terratenientes ganaderos y de los daños que producían en las montañas tumbando selvas y erosionando los suelos. Asimilé acríticamente estas “verdades” como lo hice con el resto de “verdades” de mi formación como agrónomo: las tradiciones agrícolas eran cosa del pasado, pre-científicas e inapropiadas por improductivas e ineficientes; las tierras planas y fértiles del valle del rio Cauca debían ocuparse con monocultivos mecanizados y la ganadería debería desplazarse a las laderas de las cordilleras andinas y aún mejor, a baldíos colonizables. La agronomía era el saber científico aplicado a la agricultura; lo demás era atraso, un pasado que se resistía a cambiar. Empecé a sentirme culpable de militar en el ayer!!!!
Al poco tiempo de haber ingresado como empleado a la Universidad, me di cuenta de la quiebra económica que asfixiaba a mi madre, quiebra que había pasado desapercibida por estar inmerso en mi propio mundo, el académico y el de la nueva familia que estaba construyendo. Para colaborarle asumo la administración de la finca de los abuelos que ella aún poseía. Y entre aciertos y fracasos, el encuentro con ese “mundo real” al cual quería transformar en más productivo para resolver problemas económicos pronto adquirió múltiples dimensiones que involucraban en el trasfondo, otros encuentros. El encuentro con la modernidad –expresada en las técnicas que introducía o en la visión de administración que poseía y en la manera de enfrentar los problemas con el conocimiento “científico” o las relaciones con el mercado y diferentes personas ubicadas en la ciudad-. Pero también el encuentro con las tradiciones de hacer agricultura en una región agroclimáticamente diferente situada en la vertiente que mira al Pacífico de la Cordillera Occidental, de temperaturas y humedades altas; con las influencias de la cultura negra que hacía presencia esporádicamente entre las fincas formadas por la colonización que produjo la suspensión de la construcción de la carretera “vieja” a Buenaventura por los efectos económicos de la “Gran depresión” de 1930.
Las conversaciones entre las dos miradas fluían espontáneamente y la interpenetración de los discursos fue posible gracias a mi juventud e inexperiencia que me obligaron a apoyarme en las tradiciones locales para poder construir la nueva visión que empezaba a proyectar en algunas decisiones. Confieso que los dioses de la fortuna estuvieron de mi parte y por ellos puedo contar esta historia hoy. En la biblioteca de la Universidad me topé providencialmente con el libro “La influencia del suelo sobre el animal a través de la planta” de André Voisín, título insinuante para avanzar en el tejido de una hipótesis que me ayudaría a resolver un problema que le había quedado grande a las semillas mejoradas, supuestamente resistentes a la ‘escoba de bruja’ del cacao desarrolladas en el centro experimental agrícola de Palmira. Hernando Patiño acababa de publicar un folletín asociando una enfermedad del plátano con el exceso de aplicaciones de cenizas ricas en potasio en los sitios aledaños a las cocinas de leña en la zona cafetera y Voisín también hacía esta relación con las enfermedades de las vacas (v.g. La tetania de la hierba). No sabía quién era Voisín, en ningún curso de la Universidad habían hablado de él. El impacto de la lectura de sus primeras hojas me golpeó intensamente y daba razón a mi madre en sus discusiones sobre aspectos del manejo del ganado y de su alimentación con la pastura nativa, el micay. Desde la lectura de Voisín respeto profundamente las tradiciones. Respeto que no equivale a acriticidad o fundamentalismo. En aquella época discutía que el tiempo de descanso de los potreros se podría abreviar para aprovechar bien los pastizales y alimentar mejor los animales pues los pastos tenían más proteínas1/.
1/ En la finca el pastoreo no podía ser permanente por la humedad del suelo y por el tipo de pastos (micay e imperial) que demandaban obligatoriamente periodos de descanso so riesgo de desaparecer.
Ella replicaba diciendo que hacerlo provocaría diarreas a los animales. La lectura de Voisín cuestionando la manera como se calculaba el contenido de proteína de los pastos por medio de un artificio aritmético me hizo aterrizar en el “mundo real”: se multiplicaba por 6.25 el valor del nitrógeno obtenido en laboratorio por el método Kjeldahl, al que llamaban PROTEINA BRUTA, y Voisín planteaba con ironía que era la manera más BRUTA de calcular la proteína: los pastos viches (inmaduros) contenían nitritos y nitratos que todavía no habían hecho el tránsito metabólico a proteína. Las lecturas de los libros de Voisín me condujeron a una revisión profunda de mi formación como agrónomo y a tener una actitud crítica frente a las propuestas innovativas para la agricultura, cuando aún no se cuestionaba en Colombia la revolución verde y la ecología se utilizaba políticamente en jornadas de concientización sobre la contaminación del aire por la fábricas o la degradación erosiva de los suelos de las montañas por la ganadería extensiva.
Así que con las vacas de “lejitos” y con desconfianza porque eran animales, que aún mansos, podían agredir en el momento menos pensado, según decía mi madre. Desconfianza que es mutua porque ellas tampoco confían mucho en los humanos y hasta razón deben tener!
En el centro SAN JOSÉ DEL SALADO HACIA 1985. El campero camino a los “altos”
Y como decían antes ‘a quien no quiere caldo se le dan dos tazas’, una década después hube de ayudarle a mi padre enfermo a manejar su finca también con ganadería, pero en condiciones ecológicas distintas, en la transición del Pacífico hacia la región subxerofítica del Cañón del Río Dagua. En los “altos” de San José del Salado.
Los “Altos” hacia 1989
Con la comprensión de Voisín establecí con dificultad 22 potreros para hacer rotaciones. No operaba con el concepto de alta densidad de ganado como se plantea hoy con Savory y Pinheiro. Al contrario, pensaba como ambientalista que un número grande de animales destruiría los frágiles suelos de las montaña andinas. Y apareció lo que tenía que llegar cuando los potreros son grandes y baja la densidad de animales: el enrastrojamiento. Pero no me asustó y empecé a sacarle partido: la limpieza de los rastrojos ayudaban a los potreros a conservar la fertilidad del suelo y hacían visibles plántulas de arboles nativos que se podrían utilizar para dar forma a los potreros arborizados sin más inversión que los costos de la limpieza que ahora se había vuelto selectiva. El terror del paramilitarismo ayudó porque nadie invertía ante la presencia de estos siniestros personajes. En el entretanto ayudé a conformar grupos de investigación en la Universidad, a crear el Instituto de Investigaciones del Espacio Rural, a seguir “botando corriente” haciendo ensayos pedagógicos, a desarrollar varias líneas de investigación con el enfoque de sostenibilidad y ampliando mi formación en una agronomía desde la complejidad para el trópico andino. Cuando las condiciones sociales y políticas parecían retornar a la “normalidad” anterior retomo el trabajo de reorientación de la finca que para esa época ya había comprado.
Hacia 2010, la mayoría de los potreros de la zona más seca de la finca se encontraba arborizada de manera natural por efecto del “enrastrojamiento”
Alrededor de 2010 todos los potreros eran autosostenibles para el mantenimiento de los cercos con los árboles nativos que ya eran adultos y disponía de madera suficiente para hacer nuevos cercos. Pero los pastizales estaban perdiendo capacidad de producción invadidos por malezas imposibles de controlar (distintas ciperaceas) y no lograban llegar a la maduración deseada por la presión de las necesidades del pastoreo. Hacia 2012 organizo los lotes según la pendiente y hago más divisiones en los lotes muy grandes. Y así empiezo a superar la deficiencia de pastos. Descubro también que la necesidad de descanso del pasto micay era mucho mayor de lo que pensaba (más de 120 días) influido por información extrapolada de los pastos de origen africano (entre 40 y 60 días); también descubro otras cualidades de esa pastura nativa. Estimulado a indagar por un compañero de mi grupo de conversaciones, sobre el uso de los principios agronómicos de Voisín por los orgánicos o agro ecólogos, encuentro la corriente brasileña de Pinheiro sobre el Pastoreo Racional Voisín (PRV) y su extensión a través de institutos de investigación en Latinoamérica. Por la época veo la charla en TED de Allan Savory. Descubrí un nuevo concepto no suficientemente claro en Voisín: el aprovechamiento de densidades altas de animales por potrero evita el subpastoreo generador del enrastrojamiento de los pastizales, y a la vez es concentrador de heces y orinas que mejoran la fertilidad y vida de los suelos. Desde ese momento estoy reconstruyendo el sistema de rotaciones en la finca con la formación de 110 pequeños potreros y la observación de las bondades del sistema cuando se pasa de la escasez a la abundancia de pasturas. Proceso que se podría acelerar pero que marcha al ritmo de los recursos disponibles.
Así que la presión de la acción, no solo cambió la trayectoria de la finca, también cambiaron mis actitudes con respecto a estos bovinos: ahora los veo como la especie más incomprendida y calumniada del planeta. Son eficientes fabricantes de materia orgánica descompuesta y recompuesta con rapidez in-situ a muy bajo costo, lista para ser aprovechada por los micro y macro organismos del suelo, son incansables trabajadores que ayudan a atenuar el cambio climático y a mejorar aceleradamente la fertilidad de los suelos si se aprovechan sus potencialidades. Así que a las hembras que aún tenía, les hice un regalo: un joven reproductor de una raza criolla en extinción, el blanco orejinegro (BON), adaptado a las montañas andinas por el trabajo de siglos de selecciones de los campesinos antioqueños.
El señor BON y su prole cosechando y enterrando carbono en el suelo
Ahora, amo estos animales y tolero y comprendo su desconfianza con nosotros los humanos. Sistematizo en el momento un reporte de los resultados en esas condiciones montañosas a la vez semihúmedas y semiáridas de los altos de San José del Salado y estoy invitando a mis vecinos, escasos de pastos en sus tierras erosionadas, para que observen de primera mano lo que está ocurriendo.
(PROXIMAMENTE: CONTROL NATURAL GRATUITO DE GARRAPATAS…..)
2 respuestas a “Sobre como aprendí a querer a las vacas”
Gracias por compartir la experiencia, dar expectativas al desarrollo de ganadería en sitios agrestes,
Hola Moisés. Muy amable. Te invito a la lectura de una próxima entrada complementaria al tema que estoy preparando: ‘Sobre como arboricé mis potreros’. Que tengas un buen día.