Recomendados por un agricultor que conoce mi trabajo de conservación ambiental en los “Altos de San Jose del Salado”, llegaron a mi finca los estudiantes de pregrado de agronomía de la Universidad Nacional Liseth Rodríguez y Cristian Rincón, buscando reconocer especies nativas de orquídeas. Me causó curiosidad que no pertenecieran a ningún grupo de investigación, que ahorraran de sus mesadas familiares o de trabajos extra-curriculares los recursos para su exploración. Avis raris, para una época de sobrevaloración del consumismo vacío, de imitación del comportamiento extranjerizante que distrae las energías de las nuevas generaciones para felicidad de los beneficiarios mercantiles de nuestros modelos económicos a los que pretende servir la “nueva” Universidad Pública. Estoicos, disciplinados, aprovechando cada minuto de luz porque mi cabaña de guadua -en construcción a Junio de 2013 cuando llegaron- no tenía instalados sus paneles solares, ni ventanas que los protegieran del frío de las nieblas nocturnas; conquistaron desde un comienzo mi confianza venciendo mi escepticismo metódico a condición de que me reportaran sus hallazgos. Y así regresaron seis o siete veces más! Auténticos especímenes en extinción.

El fruto de su persistencia es asombroso: reconocieron más de 100 especies de orquídeas en un pequeño territorio de unas 30 ha de bosques secundarios o potreros arborizados y sin explorar aún las selvas que se consideran “parques nacionales” en las vecindades del chocó biogeográfico, al occidente. Diez de ellas calificadas por los especialistas en clasificación como “nuevas para la ciencia botánica”, en proceso de publicación.

A distancia, uno imagina como sería la Universidad Nacional si se propusiera estructurar programas que vincularan a jóvenes así –con vocación de investigación en campos estratégicos- al cumplimiento de su misión. Estoy en deuda con ellos pues mi mirada está aprendiendo a reconocer este pequeño mundo vegetal capaz de sobrevivir a los ambientes más difíciles -por su condición de crasuláceas- pero extremadamente frágil a las intervenciones humanas que promueven la homogeneización de las montañas tropicales con monocultivos de bosques o pasturas africanas invasivas.

La satisfacción con los primeros frutos de su exploración se observa en el rostro de Liseth. En el fondo, el paisaje oscurecido por la neblina realza la alegría de su expresión.

“Este sitio es un paraíso profe” me dijo Cristian en su primera visita. Una orquídea –cual mago que extiende sus manos para dar vida a la ilusión de su acto- se asoma sobre sus cabezas.

Arbol anciano de “siete cueros”, también conocido en la localidad como “Mayo” porque florece al quinto mes, soporta sin inmutarse el dulce yugo de las plantas epífitas. Cohabitando con helechos y bromelias, una orquidea florecida invita a la observación curiosa.

Para que un árbol joven de siete cueros (Melastomatacea) empiece a adoptar epífitas en una maravillosa sucesión y acoplamiento de especies se requieren por lo menos 10 años. Atribuyo la conservación de muchas orquídeas de los altos de San José del Salado en gran parte a la capacidad de este árbol para favorecer ambientes apropiados para conservar la humedad en su tallo y en el suelo. Permanentemente desprende abundante hojarasca y “cueros” o láminas de corteza que, amarradas por musgos, se descomponen con el tiempo formando suelo aéreo, buena fuente de nutrientes para que se nutran los microbios para después nutrir a otras formas de vida.

ALGUNAS FOTOS ESPECTACULARES TOMADAS In-situ POR LISETH Y CRISTIAN